Saltear al contenido principal

traslaciones

Convivir con los cuadros.
Los hemos elegido, ocupan un lugar en nuestro entorno, nos acompañan, nos sugieren, nos dejan admirados todavía al cabo de los años y nos tocan una fibra escondida que puede ser distinta según el día. Eso no ocurre de forma cotidiana, no «vemos» siempre cada cuadro cuando pasamos ante él. Pueden pasar días, incluso semanas, sin que nos entretengamos a dialogar con una imagen. Pero la chispa brota de vez en cuando, entonces el cuadro toma cuerpo, se hace visible, es un momento maravilloso que puede durar un buen rato. Nos detenemos. Aletea una mariposa en nuestro pecho. Nos enternecemos de nuevo ante una textura, unos trazos, la armonía entre unas formas, un gesto. Y la canción que este cuadro entonó en nosotros cuando nos sedujo por primera vez vuelve a cantar. A veces, la canción se prolonga en una nueva estrofa. Y sentimos que el cuadro está vivo con nosotros y amplía los horizontes de nuestra vida, contribuye a que ésta cobre sentido.
Podríamos llamar a este aspecto de la cuestión un cuadro y yo. Pero la situación es más compleja en una casa donde abundan los cuadros y las fotografías.
Hay que tener en cuenta la ubicación de cada cuadro en un espacio tan rotundo como el de La Casa Grande y, por otra parte, las relaciones de los cuadros entre sí. Puede establecerse un diálogo entre ellos, un reflejo, un cruce de miradas, una buena amistad. O también podrían convertirse en los peores vecinos y esa mala relación los perjudicaría mutuamente y, sobretodo, perjudicaría al espectador.
La llegada de los grabados de Sara Woodburn ha provocado un corrimiento de cuadros. Algunos se han mudado de barrio y han ganado con el cambio, ahora los vemos más y en algún caso como el Árbol inclinado de Ramon Herreros el traslado ha sido espectacular: sigue siendo un árbol azotado, fogoso y terrenal pero ahora se mece junto a la profusión de verdor tranquilo del patio y está feliz. Es el único árbol entre tantas hojas. Las plantas del patio parecen encantadas de tener junto a ellas a este extraño personaje y nosotros más aún por el nuevo paisaje. Y también Sierra 1, la fotografía de Juan Mariscal que ganó en 2009 el primer premio de fotografía La Casa Grande, se alegra de la sombra que le da el árbol vecino.
Sierra 1 y Arbol inclinado
Y seguimos con vegetación. The Gathering de Sara Woodburn, una aérea reunión de hojas otoñales cubiertas por un entramado de troncos ligeros ha desplazado a Leaves against evening light de Richard Hore. Pero las hojas oscuras de Richard han entablado una danza elegante  con los capiteles igualmente negros de la crujía de bovedillas. Negro sobre blanco.
The Gathering
Leaves against the evening light
Balance, también de Sara Woodburn ha desplazado Mosque window Cairo de Richard Hore. Pero la ventana ha salido ganando. Ahora mira al patio y, de reojo, aún puede asomarse a la vega a través del balcón, más allá de la puerta acristalada.
Mosque window Cairo

Balance es otra obra de Sara, con la que he empezado a hablar.  En contraste con la imagen de las rocas en equilibrio sobre la piedra esférica, muy potente, me conmueve la delicadeza de las texturas, los matices sutiles de los colores al agua sobre el papel japonés. De ella dice la autora:
 somehow stay in balance while all around them humans are affecting the rate of changes. I partly make the image to say «here is a specific rock or tree that exists and is beautiful right now» because even though we cannot see it, in the next moment it has changed.
Balance
En mi estudio se ha producido otro corrimiento de cuadros.  Cor giratori de Ramon Herreros se ha apropiado de todo su muro y boltea sus aspas con más seguridad que nunca.
Cor giratori
El rincón japonés también ha mudado de vecindario. Juan José Padilla y Kimu me regalaron hace bastantes años un grabado, una de las Vistas  del monte Fuji de Hokusai: Viento fuerte en Ejiri.   Poco después recorté del periódico una pequeña reproducción de A sudden gust of wind (after Hokusai) de Jeff Wall, una irónica reelaboración del ya de por si irónico grabado del maestro japonés. La naturaleza implacable se burla de nuestros anhelos y nuestras obras se las puede llevar el viento. Ambas imágenes, además de ser deliciosas, nos recuerdan que hay que atar el camello, o sea mantener los pies en la tierra aunque en espíritu volemos.
Estas dos islitas niponas han aterrizado junto a Los nuevos corazones de Ramon Herreros y una acuarela de una rama de granado, también de Ramón, muy japonesa por cierto, que tiene su réplica en una hermosa alfombra que encargué a Naqsh. Hacen buenas migas.
Los nuevos corazones, el rincón Japonés. A la derecha, Abiquiu e Ichi-go ichi e

 Los nuevos corazones es una obra que  me guiña el ojo muy a menudo y despierta la mariposa. Es de una sencillez misteriosa, majestuosa, como un anhelo amoroso que se escapa de uno de los dos elementos y una bendición, igualmente amorosa, que emana del otro. Cuando lo miro evoco La creación de Adán, la mirada de Adán.
Cerca, al otro lado de la puerta, queda otro pariente oriental, Ichi-go, ichi e, Un encuentro en la vida, la caligrafía japonesa de Alfonso Montero. Es un ideograma vigoroso, hecho con cariño, que procede del corazón y aquí ha encontrado un techo. «Trata a quien te visita como si fuera la última vez». Estaba apoyado en una estantería y ahora ya está colgado.
 Abiquiu, otro grabado de Sara Woodburn, realizado como los demás con la técnica japonesa Moku Hanga toma el nombre de una zona de Nuevo México donde pintó Georgia O´Keffe.  Abiquiu, una obra donde la tierra se asoma al cielo, ha encontrado junto a Ichig-o, ichi e su nueva morada.
Parece que todos estamos contentos. Es un placer dar la bienvenida y hacer un hueco a los nuevos miembros de la familia.
Nuevos corazones, rama de granado, y rincón japonés
Ichi-go ichi e
Sierra 1, y Árbol inclinado
Volver arriba